viernes, 28 de diciembre de 2007
La Fuga re-inventada (Diario Intolerencia-Cultura-27/12/07)
Regalo navideño y de fin de año.

Como casi nadie lee periódicos en estas fechas, pues los diputados descansan, la delincuencia y el crimen organizado también toman su asueto. Seré breve, más bien, Jorge Volpi lo será. El actual director del Canal 22 de CONACULTA ha retornado al mundo del blog con la compañía que lo introdujo a este mundo: Boomeran(g), el blog literario latinoamericano, que pertenece al grupo Prisa, integrado por el diario El País y el Grupo editorial Santillana, entre otros más.
Aquí la dirección de su blog: http://www.elboomeran.com/blog/12/jorge-volpi
A continuación unos fragmentos que pueden leerse en su blog.
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El jardín 23. Idea
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Me exigen que escriba sobre la humanidad, ese espejismo. Un ensayo histórico político en torno a nuestra miseria compartida. Yo, que no conozco -ni quiero conocer- a mis vecinos. Los individuos de nuestra raza nacemos y morimos aislados. Nada nos une: sólo esta verdad nos acompaña.
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¿Por qué habría de dolerme una muchacha iraquí en medio del desierto?
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El jardín 24. Ana
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Conocí a Ana -la vi apenas- cuando ella estaba a punto de casarse. Con un amigo mío o, debería precisar, un nuevo amigo. Lucía radiante y exaltada por la prisa. Yo tomaba un café con él, y ella llegó para llevárselo de compras: los arreglos y desarreglos de los enamorados. Me saludó con efusión y se marcharon.
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No habían pasado tres meses de la boda -yo no fui requerido- cuando ya se habían separado. Un matrimonio exprés, doble catástrofe. Nunca supe los motivos. Él y yo nos distanciamos por mezquindades que no vienen a cuento y no indagué más en su efímera tragedia.
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Un año después dicté una conferencia sobre Toni Negri y la afasia democrática en la Facultad de Ciencias Políticas y Ana me observaba desde el público. Trabajaba como reportera, me confió, pero había acudido aguijoneada por mi nombre. ¿La recordaba? Sus labios y su temple: por supuesto.
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Compartimos el resto de la tarde, tomamos unas copas -nada extraño- y me llevó a un desabrido club de salsa, aunque se resistió a bailar conmigo, qué fortuna. La acompañé a su casa por la madrugada, no lejos de Río Churubusco, y eso fue todo.
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Nos habituamos a llamarnos: me atraía su urgencia, su brío, su voz ronca. Aunque aborrezco los teléfonos, la dejaba hablar de mil cosas y ninguna -su familia, la estupidez de los políticos, su pasión por los zapatos- sin límite de tiempo. Apenas descifraba su lógica, si acaso la tenía: era perfecta.
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En su departamento, blanco y despoblado -hueca galería de museo-, me presumió su colección de pipas de agua. Luego vinieron el alcohol, la cocaína, las pastillas. Sus temblores nocturnos y el pánico que le deparaba su recámara.
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Yo no compartía sus aficiones -soy un cobarde que jamás pierde el sentido- y me asombraba verla pasar de la dulzura al llanto a la violencia, espectador único de los tres actos de su drama. Tardé en atisbar que, detrás del brío y sus desplantes, Ana sufría.
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Una noche me llamó encogida en el armario: ojos feroces la acechaban. Rescaté su cuerpo helado, besé sus párpados y me sentí infinitamente poderoso. Ana me concedía la dicha de salvarla.
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El jardín 25. Apostasía
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Mi católico padre nunca me llevó a misa, tal vez porque no admitía competencia: él era el albacea de lo cierto. Harto del mundo -otro extranjero- se refugiaba en unas cuantas convicciones absolutas: la familia, Dios, el sacrificio. Me inscribió en una escuela confesional, a la cual él también había asistido, para que los hermanos apuntalasen su ortodoxia.
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De adolescente padecí un breve arrebato místico: leía a Santo Tomás.
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-Pedante e inadaptado-, me persignaba al pasar frente a una iglesia y cerraba los ojos ante la pornografía que traficaban mis compañeros. Me figuraba apologista. Hasta que me topé con Nietzsche -una colisión, una tortura- y perdí la fe.
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¿La perdí? ¿Perder lo que no existe? Esa fue mi triste rebelión, mi felonía: Dios -enaltecido sea- está enterrado. Nadie nos salva ni condena. La verdad es un acto de violencia, la culpa una enfermedad de siervos abatidos.
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Una batalla de por vida. Contra mi padre. Contra mí mismo. Y, pese a mi blasfemia, no sé si la he ganado.
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Querido lector y lectora les deseo un buen fin de año. Nos estamos leyendo el siguiente año, que a pesar de Calderón y el sequito de diputados y senadores tranzas, seguro será mejor.
 
posted by Alfredo Godínez at 12:27 a.m. | Permalink |


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